jueves, 25 de noviembre de 2010

Venimos de Luxemburgo

Ya les conté de cuando con Pelaya fuimos de excursion a la tumba de Patton en Luxemburgo (si no lo recuerdan, acá está). Lo que no les conté todavía es la excursion de vuelta a casa…

Como ya lo indiqué, la brillante idea de hacer tal excursión fue mía, Pelaya es bastante más sabia y coherente, jamás se le ocurriría algo así.

Hete aquí que el paseíto lo hicimos a modo de despedida, justo antes de tomarnos el tren de vuelta. Es decir que el estado en que termináramos dicho paseo iba a ser el estado en que nos dirigiéramos hasta la estación de trenes, y el estado en que viajáramos tres horas en tren, y llegáramos finalmente a casa. Y el estado en que terminamos, lo adivinaron, no fue bueno…

Volviendo al tema aquel de que Pelaya es más sabia y coherente, cabe aclarar que el calzado que ella eligió para caminar horas sobre nieve y barro y bajo lluvia fue un par de botas bastante altas, de material impermeable. El que yo elegí : un par de roñosos y agujereados All Star.

Así que cuando llegamos al tren, violetas del frío, con los mocos colgando, las orejas heladas y los pelos indomables bajo los gorros de lana, yo tenía literalmente un charco en los zapatos. Las medias estaban tan pero tan ensopadas que al caminar sentía chapuzones. Y la verdad es que el frío era tan intenso que no quedaba lugar para formalidades, o sea que una vez instaladas en nuestro vagón y nuestros asientos, no tardé en sacarme los empapados Converse y las medias, para escurrirlas e intentar que mis pies recobraran sensibilidad al no estar más en contacto con agua helada. Pobre Pelaya, sentadita al lado… Pero bueno, no pasaba nada, nadie se iba a dar cuenta, ya estábamos en nuestros lugares, y nos bajábamos recién en la terminal, podíamos estar ahí quietitas, recobrando nuestra temperatura corporal por unas tres horitas. Error. Al ratito llegan dos chicas que se paran al lado de donde estábamos sentadas señalando insistentemente sus pasajes. Yo saqué en seguida los nuestros, para mostrarles que nosotras también, teníamos los asientos 21 y 22 (intentando que no se vieran las medias colgaditas en el calefactor del tren ni mis pies descalzos). Sí, asientos 21 y 22, pero de otro vagón… Así que muertas de risa, de vergüenza, de nervios, y entre gritos de « Tierra trágame » « No podemos ser tan inútiles » « No nos puede pasar esto » « Decíme por favor que nuestro vagón está cerca » tuvimos que ir hasta nuestros verdaderos asientos, con las manos cargadas con los bolsos, las camperas que ya nos habíamos sacado, y por supuesto, mis medias y mis championes. Al llegar, entre risas, nos instalamos donde nos correspondía, mientras nuestros vecinos de vagón miraban incrédulos el estado en que llegábamos. Después de un rato de oírnos hablar español entre nosotras, los dos chicos de enfrente, convencidos que no entendíamos su idioma, se empezaron a decir palabras tiernas y frases de amor. Como por ejemplo « Yo no la quiero dejar a Paulita, lo que estaría genial sería que entendiera que ella me gusta, pero no me llena como vos, y que accediera a dejar que me llenes de vez en cuando los fines de semana… ».

Y ahí no terminó nuestro día, porque en el metro yendo de la estación de tren a casa, nos encontramos con una casi amiga de nuestra madre (en el estado en que estábamos), quien no pareció muy convencida de que viniéramos efectivamente de Luxemburgo.

1 comentario:

  1. jajajja
    yo se lo q viviste...
    pero me parece q esa historia se la copiaste a alguien jajaj
    xoxo

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