martes, 30 de noviembre de 2010
Ilarilarié
Yo nunca busqué en Internet de dónde bajar canciones del Show de Xuxa y de Flavia Está de Fiesta, las bajé, las puse en mi MP3, y fui cantándolas por la calle...Y sobre todo, yo nunca lo hice a los 22 años.
jueves, 25 de noviembre de 2010
Venimos de Luxemburgo
Ya les conté de cuando con Pelaya fuimos de excursion a la tumba de Patton en Luxemburgo (si no lo recuerdan, acá está). Lo que no les conté todavía es la excursion de vuelta a casa…
Como ya lo indiqué, la brillante idea de hacer tal excursión fue mía, Pelaya es bastante más sabia y coherente, jamás se le ocurriría algo así.
Hete aquí que el paseíto lo hicimos a modo de despedida, justo antes de tomarnos el tren de vuelta. Es decir que el estado en que termináramos dicho paseo iba a ser el estado en que nos dirigiéramos hasta la estación de trenes, y el estado en que viajáramos tres horas en tren, y llegáramos finalmente a casa. Y el estado en que terminamos, lo adivinaron, no fue bueno…
Volviendo al tema aquel de que Pelaya es más sabia y coherente, cabe aclarar que el calzado que ella eligió para caminar horas sobre nieve y barro y bajo lluvia fue un par de botas bastante altas, de material impermeable. El que yo elegí : un par de roñosos y agujereados All Star.
Así que cuando llegamos al tren, violetas del frío, con los mocos colgando, las orejas heladas y los pelos indomables bajo los gorros de lana, yo tenía literalmente un charco en los zapatos. Las medias estaban tan pero tan ensopadas que al caminar sentía chapuzones. Y la verdad es que el frío era tan intenso que no quedaba lugar para formalidades, o sea que una vez instaladas en nuestro vagón y nuestros asientos, no tardé en sacarme los empapados Converse y las medias, para escurrirlas e intentar que mis pies recobraran sensibilidad al no estar más en contacto con agua helada. Pobre Pelaya, sentadita al lado… Pero bueno, no pasaba nada, nadie se iba a dar cuenta, ya estábamos en nuestros lugares, y nos bajábamos recién en la terminal, podíamos estar ahí quietitas, recobrando nuestra temperatura corporal por unas tres horitas. Error. Al ratito llegan dos chicas que se paran al lado de donde estábamos sentadas señalando insistentemente sus pasajes. Yo saqué en seguida los nuestros, para mostrarles que nosotras también, teníamos los asientos 21 y 22 (intentando que no se vieran las medias colgaditas en el calefactor del tren ni mis pies descalzos). Sí, asientos 21 y 22, pero de otro vagón… Así que muertas de risa, de vergüenza, de nervios, y entre gritos de « Tierra trágame » « No podemos ser tan inútiles » « No nos puede pasar esto » « Decíme por favor que nuestro vagón está cerca » tuvimos que ir hasta nuestros verdaderos asientos, con las manos cargadas con los bolsos, las camperas que ya nos habíamos sacado, y por supuesto, mis medias y mis championes. Al llegar, entre risas, nos instalamos donde nos correspondía, mientras nuestros vecinos de vagón miraban incrédulos el estado en que llegábamos. Después de un rato de oírnos hablar español entre nosotras, los dos chicos de enfrente, convencidos que no entendíamos su idioma, se empezaron a decir palabras tiernas y frases de amor. Como por ejemplo « Yo no la quiero dejar a Paulita, lo que estaría genial sería que entendiera que ella me gusta, pero no me llena como vos, y que accediera a dejar que me llenes de vez en cuando los fines de semana… ».
Y ahí no terminó nuestro día, porque en el metro yendo de la estación de tren a casa, nos encontramos con una casi amiga de nuestra madre (en el estado en que estábamos), quien no pareció muy convencida de que viniéramos efectivamente de Luxemburgo.
Como ya lo indiqué, la brillante idea de hacer tal excursión fue mía, Pelaya es bastante más sabia y coherente, jamás se le ocurriría algo así.
Hete aquí que el paseíto lo hicimos a modo de despedida, justo antes de tomarnos el tren de vuelta. Es decir que el estado en que termináramos dicho paseo iba a ser el estado en que nos dirigiéramos hasta la estación de trenes, y el estado en que viajáramos tres horas en tren, y llegáramos finalmente a casa. Y el estado en que terminamos, lo adivinaron, no fue bueno…
Volviendo al tema aquel de que Pelaya es más sabia y coherente, cabe aclarar que el calzado que ella eligió para caminar horas sobre nieve y barro y bajo lluvia fue un par de botas bastante altas, de material impermeable. El que yo elegí : un par de roñosos y agujereados All Star.
Así que cuando llegamos al tren, violetas del frío, con los mocos colgando, las orejas heladas y los pelos indomables bajo los gorros de lana, yo tenía literalmente un charco en los zapatos. Las medias estaban tan pero tan ensopadas que al caminar sentía chapuzones. Y la verdad es que el frío era tan intenso que no quedaba lugar para formalidades, o sea que una vez instaladas en nuestro vagón y nuestros asientos, no tardé en sacarme los empapados Converse y las medias, para escurrirlas e intentar que mis pies recobraran sensibilidad al no estar más en contacto con agua helada. Pobre Pelaya, sentadita al lado… Pero bueno, no pasaba nada, nadie se iba a dar cuenta, ya estábamos en nuestros lugares, y nos bajábamos recién en la terminal, podíamos estar ahí quietitas, recobrando nuestra temperatura corporal por unas tres horitas. Error. Al ratito llegan dos chicas que se paran al lado de donde estábamos sentadas señalando insistentemente sus pasajes. Yo saqué en seguida los nuestros, para mostrarles que nosotras también, teníamos los asientos 21 y 22 (intentando que no se vieran las medias colgaditas en el calefactor del tren ni mis pies descalzos). Sí, asientos 21 y 22, pero de otro vagón… Así que muertas de risa, de vergüenza, de nervios, y entre gritos de « Tierra trágame » « No podemos ser tan inútiles » « No nos puede pasar esto » « Decíme por favor que nuestro vagón está cerca » tuvimos que ir hasta nuestros verdaderos asientos, con las manos cargadas con los bolsos, las camperas que ya nos habíamos sacado, y por supuesto, mis medias y mis championes. Al llegar, entre risas, nos instalamos donde nos correspondía, mientras nuestros vecinos de vagón miraban incrédulos el estado en que llegábamos. Después de un rato de oírnos hablar español entre nosotras, los dos chicos de enfrente, convencidos que no entendíamos su idioma, se empezaron a decir palabras tiernas y frases de amor. Como por ejemplo « Yo no la quiero dejar a Paulita, lo que estaría genial sería que entendiera que ella me gusta, pero no me llena como vos, y que accediera a dejar que me llenes de vez en cuando los fines de semana… ».
Y ahí no terminó nuestro día, porque en el metro yendo de la estación de tren a casa, nos encontramos con una casi amiga de nuestra madre (en el estado en que estábamos), quien no pareció muy convencida de que viniéramos efectivamente de Luxemburgo.
martes, 23 de noviembre de 2010
Mamá por Skype
Hace un tiempo mi vieja descubrió Skype, y desde entonces yo no paro de reírme. No es que yo sea burlona ni soberbia ni mala, es simplemente que ella es muy, muy graciosa.
Primero, está el tema de que como hace bastante poco que descubrió todo lo que Skype tiene para ofrecer, todavía no lo tiene totalmente integrado a su rutina. Entonces sucede que hablamos horas por teléfono, y después de que cortamos se acuerda de la existencia de Skype. Y me manda un mensaje de texto diciéndome que me conecte. Y me conecto, pero ya nos dijimos todo en la previa conversación telefónica. En estas ocasiones, gracias al poder de la camarita, yo me convierto en una especie de payasito que ha de entretener a su audiencia.
“A ver alejáte un poco que quiero ver como te queda ese pantalón”
“Mostráme de perfil cómo son los lentes nuevos”
“Dáte vuelta que quiero ver como tenés el pelo”
Todo el tema de que nos podamos ver a través de las respectivas webcams le parece formidable. Tanto, que a veces, mientras hablamos por teléfono, ve la computadora por ahí tirada, y se le prende la lamparita: “Conectáte así te veo”. Entonces se sienta frente a la compu, y siempre con el teléfono al oido, me sigue hablando. Hasta que le explico que los micrófonos de las computadoras se activan mientras estamos en videoconferencia. Ahí apaga el teléfono, que por supuesto inmediatamente empieza a sonar. Y siempre es alguna de mis tías. Mi madre, entusiasmadísima, me hace señas por la cámara y pone el teléfono al lado del micrófono de la computadora para que les hable. Todavía no me animé a explicarle que ellas también tienen cuenta en Skype y que siempre hablamos. No quiero desilusionarla.
A veces me llama por Skype mientras mi padre está ahí al lado mirando el noticiero por televisión. Entonces a ella de vez en cuando la atención se le desvía hacia las noticias. Y si considera que una noticia podría o debería ser de mi interés, sube al máximo el volumen de la tele a ver si llego a oírla. Tampoco me atreví a explicarle que se pueden encontrar los informativos online. Después de un rato, veo a través de la cámara que está un poco inquieta, como buscando algo… Se para, desaparece un rato, y después vuelve a sentarse frente a la compu. Pero en vez de seguir hablándome, analiza la computadora, sus costados, la da vuelta… Hasta que encuentra donde enchufar los auriculares “Es que tu padre tiene la tele tan alta que no te oigo, por eso me pongo auriculares”. Sólo que los enchufó donde va el micrófono externo…
Todo esto es muy gracioso, sí, pero lo mejor es cuando mientras hablamos se empieza a aburrir, y como que se olvida de que la cámara es verdaderamente una cámara, y que yo estoy viendo todo lo que hace, y la empieza a tomar como una especie de espejo. Se acerca al visor, intenta ver si le salieron nuevas canas, se apreta granos, se mira si tiene algo entre los dientes. En serio.
Y finalmente, está eso de que cree que una vez que desconectás la cámara ya está. Pero no, no está. El micrófono sigue prendido y yo sigo escuchando todo lo que dice. Por ejemplo, como le explica paso a paso a mi padre todo lo que acaba de hablar conmigo…
Primero, está el tema de que como hace bastante poco que descubrió todo lo que Skype tiene para ofrecer, todavía no lo tiene totalmente integrado a su rutina. Entonces sucede que hablamos horas por teléfono, y después de que cortamos se acuerda de la existencia de Skype. Y me manda un mensaje de texto diciéndome que me conecte. Y me conecto, pero ya nos dijimos todo en la previa conversación telefónica. En estas ocasiones, gracias al poder de la camarita, yo me convierto en una especie de payasito que ha de entretener a su audiencia.
“A ver alejáte un poco que quiero ver como te queda ese pantalón”
“Mostráme de perfil cómo son los lentes nuevos”
“Dáte vuelta que quiero ver como tenés el pelo”
Todo el tema de que nos podamos ver a través de las respectivas webcams le parece formidable. Tanto, que a veces, mientras hablamos por teléfono, ve la computadora por ahí tirada, y se le prende la lamparita: “Conectáte así te veo”. Entonces se sienta frente a la compu, y siempre con el teléfono al oido, me sigue hablando. Hasta que le explico que los micrófonos de las computadoras se activan mientras estamos en videoconferencia. Ahí apaga el teléfono, que por supuesto inmediatamente empieza a sonar. Y siempre es alguna de mis tías. Mi madre, entusiasmadísima, me hace señas por la cámara y pone el teléfono al lado del micrófono de la computadora para que les hable. Todavía no me animé a explicarle que ellas también tienen cuenta en Skype y que siempre hablamos. No quiero desilusionarla.
A veces me llama por Skype mientras mi padre está ahí al lado mirando el noticiero por televisión. Entonces a ella de vez en cuando la atención se le desvía hacia las noticias. Y si considera que una noticia podría o debería ser de mi interés, sube al máximo el volumen de la tele a ver si llego a oírla. Tampoco me atreví a explicarle que se pueden encontrar los informativos online. Después de un rato, veo a través de la cámara que está un poco inquieta, como buscando algo… Se para, desaparece un rato, y después vuelve a sentarse frente a la compu. Pero en vez de seguir hablándome, analiza la computadora, sus costados, la da vuelta… Hasta que encuentra donde enchufar los auriculares “Es que tu padre tiene la tele tan alta que no te oigo, por eso me pongo auriculares”. Sólo que los enchufó donde va el micrófono externo…
Todo esto es muy gracioso, sí, pero lo mejor es cuando mientras hablamos se empieza a aburrir, y como que se olvida de que la cámara es verdaderamente una cámara, y que yo estoy viendo todo lo que hace, y la empieza a tomar como una especie de espejo. Se acerca al visor, intenta ver si le salieron nuevas canas, se apreta granos, se mira si tiene algo entre los dientes. En serio.
Y finalmente, está eso de que cree que una vez que desconectás la cámara ya está. Pero no, no está. El micrófono sigue prendido y yo sigo escuchando todo lo que dice. Por ejemplo, como le explica paso a paso a mi padre todo lo que acaba de hablar conmigo…
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domingo, 21 de noviembre de 2010
Medias
Tengo otra confesión que hacer…
A mí a veces me pasa que durmiendo se me pierde una media entre las sábanas, o se me cae por el huequito entre la cama y la pared. Y cuando eso sucede, yo tengo una solución genial: en vez de pasar horas buscándola, me saco la otra y la tiro también para atrás de la cama, o la dejo entre las sábanas, y me digo que por lo menos para cuando me dé la paciencia para ponerme a buscar, van a estar las dos juntas….
A mí a veces me pasa que durmiendo se me pierde una media entre las sábanas, o se me cae por el huequito entre la cama y la pared. Y cuando eso sucede, yo tengo una solución genial: en vez de pasar horas buscándola, me saco la otra y la tiro también para atrás de la cama, o la dejo entre las sábanas, y me digo que por lo menos para cuando me dé la paciencia para ponerme a buscar, van a estar las dos juntas….
miércoles, 17 de noviembre de 2010
Calendrier de l'Avent
Acá en Francia tienen una tradición. Todos los años, cuando se va acercando Navidad, a los niños se les regala un “Calendrier de l’Avent”. Es una especie de calendario del mes de diciembre, que tiene como una ventanita por cada día tras la que se esconde un bomboncito. Y la idea es que desde el 1 de diciembre hasta el día de Navidad, el niño vaya comiendo un bombón por día, al tiempo que va haciendo la cuenta regresiva hasta la llegada de Papá Noel. Por cuestiones de marketing, por supuesto, estos calendarios vienen con cualquier tipo de motivo, tamaño, color, y se empiezan a vender a fines de octubre más o menos (así como los huevos de Pascua se empiezan a vender en febrero y los chupetines con forma de calabaza de Halloween en febrero). Y claro está, yo ya me he comprado varios. Y también claro está, que a mí en vez de durarme 25 días, me dura aproximadamente 25 minutos.
martes, 16 de noviembre de 2010
Uff
Yo, cuando estoy hablando por celular con alguien que me importa y tengo que salir de casa, para que no se me corte, en vez de tomar el ascensor, bajo por escalera. Y vivo en el piso 15. Eso es amistad.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Cena de estudios
Este cuento es buenísimo…
El otro día la asociación estudiantil de mi facultad organizó para nuestra clase una cena en un restaurante marroquí. Dejemos de lado el hecho de que encontraron el único restaurante en París que no tuviera suficientes sillas ni suficiente espacio para nosotros 30. Dejemos de lado el hecho de que tuvimos que comer en dos tandas porque el propietario del restaurante no poseía 30 platos (sí, sí, historia real). Dejemos de lado el hecho de que el señor estaba tan nervioso por tener que cocinar 30 platos que no nos permitió pedir entradas. Dejemos de lado el hecho de que si queríamos entradas era porque se estaban haciendo las 11 de la noche y todavía ni miras de que llegara la comida. Dejemos de lado todo eso, porque la mejor parte del cuento es la que viene…
Hete aquí que cada plato costaba entre 8,50 y 10 euros, que no pedimos entradas por lo que ya expliqué, que no pedimos postre porque al terminar de comer ya queríamos irnos a dormir, y que las bebidas las llevamos nosotros por un arreglo que se hizo con el dueño. Pero hete aquí que los responsables de la organización de la cena recibieron la cuenta y dividieron el total entre los que éramos, y dio que cada uno tendría que pagar 11,50 euros.
Lo mismo pensé yo…
Y ¿saben qué ? estoy haciendo un Master en Economía, o sea que, o 2 economistas cagaron a 28 economistas, o el dueño de un restaurante marroquí cagó a 30 economistas.
El otro día la asociación estudiantil de mi facultad organizó para nuestra clase una cena en un restaurante marroquí. Dejemos de lado el hecho de que encontraron el único restaurante en París que no tuviera suficientes sillas ni suficiente espacio para nosotros 30. Dejemos de lado el hecho de que tuvimos que comer en dos tandas porque el propietario del restaurante no poseía 30 platos (sí, sí, historia real). Dejemos de lado el hecho de que el señor estaba tan nervioso por tener que cocinar 30 platos que no nos permitió pedir entradas. Dejemos de lado el hecho de que si queríamos entradas era porque se estaban haciendo las 11 de la noche y todavía ni miras de que llegara la comida. Dejemos de lado todo eso, porque la mejor parte del cuento es la que viene…
Hete aquí que cada plato costaba entre 8,50 y 10 euros, que no pedimos entradas por lo que ya expliqué, que no pedimos postre porque al terminar de comer ya queríamos irnos a dormir, y que las bebidas las llevamos nosotros por un arreglo que se hizo con el dueño. Pero hete aquí que los responsables de la organización de la cena recibieron la cuenta y dividieron el total entre los que éramos, y dio que cada uno tendría que pagar 11,50 euros.
Lo mismo pensé yo…
Y ¿saben qué ? estoy haciendo un Master en Economía, o sea que, o 2 economistas cagaron a 28 economistas, o el dueño de un restaurante marroquí cagó a 30 economistas.
jueves, 11 de noviembre de 2010
¿Perturbador?
Tengo una confesión que hacer… A mí a veces me pasa que salgo apurada a una reunión, una cena, una cita, lo que sea, y en el ascensor me miro al espejo e inmediatamente escucho la voz de mi madre (en mi cabeza) diciéndome « ponéte carabanas ». Y mi madre no está ahí, no me vio salir y no me verá llegar, y nunca sabrá como fui vestida a esa reunión, pero yo igual me pongo de malhumor y le contesto a la voz en mi cabeza « ay, ta, no pasa nada por una vez que salga sin carabanas… no tenía tiempo, y ahora no puedo volver a buscarlas porque llego tardísimo… no jodas ».
jueves, 4 de noviembre de 2010
Mi agenda
Estoy maravillada. Absolutamente. ¡Qué invento extraordinario! No se puede creer… La agenda. ¡Qué grande el ser humano! Ustedes dirán, “ay sí, la agenda, nada sorprendente, debe de haber sido el primer invento de la humanidad, y a ella recién ahora se le ocurre descubrirlo…”.
Es que yo les cuento, desde que aprendí a leer y a escribir, y hasta hace unos meses nada más, para mí la agenda era algo así como un cuadernito en el que dejaba fluir mi inspiración, escribiendo de vez en cuando, a modo de diario íntimo, lo que había hecho tal o tal día (con lujo de detalles, claro está). También me dedicaba a llenar páginas y páginas con frases célebres ingeniosas, las que escribía con distintas letras, motivos y colores. Los pegotines también supieron tener un papel fundamental en mis agendas, ayudándome a ilustrar de vez en cuando algún día o alguna semana. En resumen, para mí la agenda siempre fue como un pasatiempo, un entretenimiento que me salvaba cada vez que la clase se ponía aburrida. Era como una colección de dibujitos, frases y pegotines, pero la verdad es que yo prestaba mínima atención al encabezado de cada página indicando el día del año. Para anotar los deberes y las fechas de entregas, ya tenía yo a la palma de mi mano, y si se me borraba, ya tenía yo a mis amigas para que me lo recordaran. De más está decir que yo a las agendas las elegía por los colores de la tapa, o por la temática general, ni siquiera me fijaba si eran diarias o semanales. A veces me pasaba que justo la que me gustaba era enorme, y pesadísima, así que al cabo de la segunda semana ya no la llevaba conmigo, y cumplía su función desde mi mesa de luz. Hasta hace algunos meses, cuando de repente todo cambió… Al fin descubrí el propósito de las agendas. Es mágico, no lo puedo creer, estoy anonadada. Eso de tener todo lo que uno tiene que hacer anotado ahí, con fecha y todo… Es brutal. Sencillamente. Es una fuente de información increíble. Si supieran cómo se ríen de mí mis compañeros de clase cada vez que yo saco orgullosa mi agenda para anotar cualquier mínimo dato que nos haya dado el profesor. Es que ellos no saben lo que es vivir 22 años preguntando para cuándo era la entrega con una agenda llena de fotos y chistes y cartitas.
Es que yo les cuento, desde que aprendí a leer y a escribir, y hasta hace unos meses nada más, para mí la agenda era algo así como un cuadernito en el que dejaba fluir mi inspiración, escribiendo de vez en cuando, a modo de diario íntimo, lo que había hecho tal o tal día (con lujo de detalles, claro está). También me dedicaba a llenar páginas y páginas con frases célebres ingeniosas, las que escribía con distintas letras, motivos y colores. Los pegotines también supieron tener un papel fundamental en mis agendas, ayudándome a ilustrar de vez en cuando algún día o alguna semana. En resumen, para mí la agenda siempre fue como un pasatiempo, un entretenimiento que me salvaba cada vez que la clase se ponía aburrida. Era como una colección de dibujitos, frases y pegotines, pero la verdad es que yo prestaba mínima atención al encabezado de cada página indicando el día del año. Para anotar los deberes y las fechas de entregas, ya tenía yo a la palma de mi mano, y si se me borraba, ya tenía yo a mis amigas para que me lo recordaran. De más está decir que yo a las agendas las elegía por los colores de la tapa, o por la temática general, ni siquiera me fijaba si eran diarias o semanales. A veces me pasaba que justo la que me gustaba era enorme, y pesadísima, así que al cabo de la segunda semana ya no la llevaba conmigo, y cumplía su función desde mi mesa de luz. Hasta hace algunos meses, cuando de repente todo cambió… Al fin descubrí el propósito de las agendas. Es mágico, no lo puedo creer, estoy anonadada. Eso de tener todo lo que uno tiene que hacer anotado ahí, con fecha y todo… Es brutal. Sencillamente. Es una fuente de información increíble. Si supieran cómo se ríen de mí mis compañeros de clase cada vez que yo saco orgullosa mi agenda para anotar cualquier mínimo dato que nos haya dado el profesor. Es que ellos no saben lo que es vivir 22 años preguntando para cuándo era la entrega con una agenda llena de fotos y chistes y cartitas.
martes, 2 de noviembre de 2010
Baby sitting
El otro día, en el ómnibus, vi subir a una niñera con un cochecito y un bebé, de esos risueños, cachetones y amorosos. Supongo que sería la niñera, y no la hermana o la madre o lo que fuera, porque el niño tenía rasgos occidentales, era rubión y de ojos claros, y la chica tenía rasgos asiáticos, era bastante joven, y su actitud general indicaba que la única razón por la que se ocuparía de ese niño sería que alguien estuviera pagándole. La supuesta niñera dominaba el cochecito al son de los Rolling, porque llevaba los auriculares puestos y la música surgía a un volumen bastante alto. Hasta que tuvo que pausarla porque le sonó el celular, que atendió. Y mientras el niño nos hacía caras y gracias a los demás pasajeros del ómnibus, ella hablaba en lo que creo que era chino por teléfono. Sólo interrumpió la conversación unos segundos en el momento en que al bebé se le cayó la mamadera que venía sosteniendo entre sus dos manos, al piso de ese ómnibus (que vaya uno a saber cuánta gente ha pisado). Y sí, lo adivinaron bien, la niñera la juntó, se la volvió a poner entre las manos al niño, le hizo un gesto como motivándolo a que la termine rápidamente, y retomó su conversación telefónica.
Y la verdad es que presenciar todo esto me dio pánico… ¿Qué tipo de casting tendrá que hacer una madre para asegurarse que quien cuida a sus hijos los cuidará efectivamente aunque sea un poco?
Y la verdad es que presenciar todo esto me dio pánico… ¿Qué tipo de casting tendrá que hacer una madre para asegurarse que quien cuida a sus hijos los cuidará efectivamente aunque sea un poco?
lunes, 1 de noviembre de 2010
It's a small world after all
Estuve en París, y le traje de recuerdo a mi tía una colección de postales en las que con letra bien chiquita decía “Made in China”.
Estuve en Ibiza, y le traje de regalo a mi hermano una toalla de playa con una etiquetita que decía “Made in China”.
Y cuando me volví a ir de Uruguay, mi familia me dio una remera con un motivo bien uruguayo para que me llevara de recuerdo, con una inscripción muy parecida, que también decía “Made in China”.
Estuve en Ibiza, y le traje de regalo a mi hermano una toalla de playa con una etiquetita que decía “Made in China”.
Y cuando me volví a ir de Uruguay, mi familia me dio una remera con un motivo bien uruguayo para que me llevara de recuerdo, con una inscripción muy parecida, que también decía “Made in China”.
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