domingo, 12 de febrero de 2012

Hola, qué tal

Una cosa que me molesta es tener esta fama de hija de puta que no me puedo sacar de encima. Una fama totalmente infundada, por cierto. No sé por qué, te juro y te re juro que no sé por qué, pero la gente me tiene como muy muy yegua, muy muy forra, muy muy soreta. Y mirá que no lo soy, eh… En serio que no lo soy…
El otro día, un amigo me comenta: “che, me contó el Tito que te cruzó caminando por la rambla, y quedó muy contento, dice que lo saludaste y todo, y hasta charlaron un ratito”.
¿Pero qué es esto? ¿Cómo que estamos sorprendidos de que haya saludado a un ser conocido que me crucé de casualidad? ¡Claro que lo saludé, cómo no voy a saludar!
Está bien, reconozco que puedo ser un poco histérica, un poco ovárica, un poco digamos que fácilmente irritable. Pero el abc del relacionamiento social, lo tengo. Pará un poco. Decirle “buen día” a alguien que te encontrás es como el básico de la interacción humana, y el básico lo domino.
O sea, admito que de vez en cuando prefiero las escaleras al ascensor porque sé que en el ascensor siempre hay alguien que quiere entablar una conversación innecesaria, y que en el ómnibus me dejo los auriculares puestos aunque se me haya acabado la batería del mp3 para ahuyentar a cualquier desconocido que pretenda sentarse al lado mío a hablarme, y que cuando suena el teléfono ni siquiera amago a levantarme del sillón para atender si ya sé quién es que está llamando. Lo admito, pero de ahí a no decir “hola” y “chau”, lo elemental de la actividad comunicacional… Pará un poco.

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