domingo, 10 de enero de 2010

Verano en Punta

Toda persona que veranee en Punta del Este estructuralmente, o haya veraneado en Punta del Este circunstancialmente, sabe que en ese balneario existe un verbo, tan exclusivo que sólo se puede usar en esa parte del mundo. Exactamente, el verbo “gorlerear”. Nos podemos hacer los desentendidos, podemos intentar hacer de cuenta que no, no hemos gorlereado en la vida, que siempre estuvimos por encima de ese tipo de plan. Podemos, pero nadie nos creería, porque en el fondo todos sabemos, y de sobra, que cada ser que pasó por la Península pasó en algún momento por la etapa del gorlereo. Yo lo reconozco, orgullosa de mi pasado: yo gorlereé. Y gorlereé feliz. Sin embargo hoy, bastantes años después, intento recordar, y no me explico… Y me pregunto ¿Qué mierda quiere decir gorlerear?
En serio, uno se para en la calle Gorlero, junto a algunos compañeros de banda, y ¿qué hace?
Yo no me acuerdo lo que yo hacía, porque se ve que no era nada muy trascendente, pero hoy por hoy, cada vez que tengo que salir a hacer algún mandado de noche, a esa hora que es un poco tarde como para que los púberes se sientan adolescentes pero no tan tarde como para que sus padres prohíban el plan, encuentro la calle plagada, en todas sus esquinas, tiendas y restaurantes, de grupos de chiquillos. Y esa pregunta no deja de surgir… En serio, ¿qué mierda hacen? Se lo pregunté a mi hermano, que está justo en la edad pico del gorlereo, y no supo explicarlo muy claramente, pero por lo que entendí, básicamente, quedan en juntarse todos en un punto, entonces en ese punto están un rato largo, hasta que incluso los más demorones llegaron. Luego, (como todos ya cenaron, porque encontrarse a la hora de cenar sería demasiado temprano) lo que les queda es tomar un helado. Entonces se dirigen hacia alguna de todas las heladerías que la calle ofrece. Hacen una hora de fila por el heladito. Y piden todos un heladito, todos menos uno, porque ese uno quería el heladito de la otra heladería. Entonces van para la otra heladería, y hacen otra hora de fila. Y después, caminan hasta la punta de Gorlero, y cuando llegan, dan vuelta y caminan hacia la otra punta. Y si no tienen nada de qué hablar, entran en la feria de artesanías, por inercia nomás, porque saben de antemano que nadie comprará nada. Pobres púberes, qué van a comprar si una pulserita te la cobran 50 dólares, y todavía eso, ¡los precios se los dan en dólares! Y mientras hacen el cálculo de conversión, se dan cuenta que es la hora que quedaron en encontrarse con los padres para que los llevaran de vuelta a casa.
Y yo escucho a mi hermano… Y yo me pregunto… ¿Esto hacía yo en mis noches esteñas de preadolescente?

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