Esta es una historia un poco triste. Bueno, a mí me resulta súper graciosa, pero a algunos podría parecerles un poco triste.
Cuando éramos chiquitas, mi prima tenía un problema gástrico terrible, que hacía que de vez en cuando se le escaparan unos gases matadores. Pero verdaderamente matadores. Y nosotros, los cercanos, conocedores de su condición, no podíamos hacer más que disimular, y aguantar la risa que provocaba la picardía de su cara.
Hoy, tantos años después, muy de vez en cuando, se le escapa alguno. Tan matador como aquellos. Tan reconocible como en aquel entonces. Y a mí ese olor me lleva de nuevo a mi infancia, la infancia más feliz del mundo…
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Que curioso, tengo una situación algo parecida, pero es con una amiga de la infancia. Ella cada vez que se reía mucho soltaba varios aires.
ResponderEliminarAhora, cada vez que veo que alguien se retuerce de la risa, pienso que botará un gas.
Saludos ;)