viernes, 11 de diciembre de 2009

Al son de Sabina

Llegué al apartamento muerta de hambre (como de costumbre). Puse agua a hervir, para hacerme una pasta, lo único que tenía (porque al irme a vivir sola descubrí que eso de que la heladera estuviera siempre llena no era magia, sino mi padre yendo al supermercado), y me senté a mirar el agua hervir, como si mi fijación la fuera a apurar. Prendí la música, Joaquinito, por supuesto. Y entonces me acordé de las barritas Magnum que tenía en el congelador, y me agarré una mientras se hiciera la pasta. Pero de pronto me vi la pierna, y recordé que en unos días habría de exponerla en la playa, así que fui a buscar la cera (con la Magnum en mano) para depilarme y la puse en el micro a derretir. Quise correr unas hojas que tenía en la mesa, y me corté con el papel. Uno de esos cortes con sangre y todo. Así que corriendo al baño a buscar una curita (de esas que tienen dibujitos de Disney, obvio, que cuestan el doble de las comunes pero no importa porque garantizan eterna juventud).
¿Alguna vez intentaron ponerse una curita en un dedo mientras sostenían una barrita Magnum, intentaban apagar la hornalla porque el agua hirviendo se desbordaba, apagaban el microondas porque la cera se chorreaba, rasqueteaban la cera de las paredes de dicho artefacto porque sabían que una vez fría sería imposible e intentaban pasar a la siguiente canción del disco de mi Sabina querido porque la que estaba puesta empezó a saltar?
Se imaginan dónde terminó la curita…

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